Me quedo con la vieja normalidad. Con sus virtudes, sus defectos y sus numerosas imperfecciones. Y no será culpa del grupo cobaya de turno, Belako, que han sido los primeros en lanzarse a la piscina de esta nueva forma de ver la vida a través de un telescopio, y decidieron recuperar para la causa guitarrera ese recinto de moda en Madrid que es el Autocine RACE donde tan pronto te ves una película de estreno, te tomas una hamburguesa o te lo bailas con algún Dj.
La experiencia en este caso no resulto ni divertida, no dio ni para una selfie con la que fardar en las redes sociales. Todo comienza con control de temperatura, pasado exitosamente y tras ello, los que tuvieran la entrada de terraza, a por la misma (Claramente será la mejor opción si decides asistir a alguno de estos experimentos en lo venidero). Los rezagados que usamos la opción del coche nos encaminamos a nuestra parcela, donde a pesar de lo anunciado, no pudimos poder acomodarnos en nuestras sillas de camping para disfrutar de la velada: Toque por parte de la seguridad (Que no sabía nada de lo que le estábamos hablando), entregada a la causa y todos para dentro del coche. ¡Que casualidad que estas cosas pasen siempre en cualquier cosita en la que tenga que ver Ticketmaster! La cosa ya iba perdiendo la poca gracia que le quedaba.
Desde la lejanía de nuestro emplazamiento se podía adivinar gracias a la pantalla del Autocine, a los cuatro de Munguía que venían a interpretar en tan temida empresa, tanto sus clásicos de ayer, como nuevos temas de su inminente «Plastic Drama». El sonido se comportó de manera decente hasta que el viento rolo de componente y se perdía en el inmenso descampado de Fuencarral, pero hasta ese momento habíamos decidido explorar, mascarilla mediante, las primeras filas de tal evento donde, la gran mayoría de asistentes se apostaban casi cómo un concierto normal, y vamos a decir casi, ya que a pesar de una panorámica trasera que bien podría recordar a cualquier festival estival, la realidad era que gracias al aforo reducido, se podía respetar la distancia social de manera holgada y suficiente. La seguridad del evento, diligente, no opinaba lo contrario y volvió a mandarnos de vuelta a nuestra pequeña parcela porque ya lo sabemos que, terrazas y metro sí, apriétate que gano poco, pero conciertos no, es la nueva normalidad amigos.
Los Belako, a los cuales hay que venerar de diario y hoy más que nunca al ser los primeros en atreverse a romper la calma neonormativa, hacían lo que podían con el marrón que tenían entre manos a base de pedir cláxones y luces largas, gracias a un público que se adaptó a la indecencia de las condiciones, hizo de tripas corazón y disfrutó a raudales de lo que se pudo y se permitió en estas circunstancias tan especiales a las que se enfrentaban. Ya se sabe que a problemas desesperados, soluciones desesperadas y ánimo alto; si la banda hizo sus deberes, el público correspondió el esfuerzo y también hizo su parte aunque esa nueva normalidad dejará el panorama con muchas más dudas que certezas en cuanto a si compensa pegarte el paseo y la nocturnidad para una actividad a la que el virus la ha despojada de su sentido y de su alma que no es otra que el latir conjunto entre tu, tu compañero de al lado y el bombo de batería.
Parece que el show debe continuar, a trompicones, por el bien de aquellos artistas a los que se les niega su principal fuerte de ingresos y aquí estaremos los menómalos del directo para apoyar en lo que haga falta. Pero no dejemos que se normalice el directo aislado bajo yugo de carrocería y chasis. Creedme que existe un punto intermedio entre la marabunta pegándose el sudor entre sí y el arresto domiciliario en el vehículo. Si todo depende de la responsabilidad individual, dejadnos demostrar que el público está a la altura de esa gran responsabilidad que es proteger a los nuestros y disfrutar de la vida y nuestras pasiones. Hay ganas de demostrarlo.