No será precisamente descubrir el fuego que el empresario nocturno anteponga, y por los siglos de los siglos, el beneficio económico frente al bien común. Tampoco es descubrir América que, con la crisis que se nos viene encima pinten bastos y ante la menor oportunidad se intente rentabilizar por tres lo perdido en los meses de encierro y que esto pueda suponer un perjuicio a la totalidad de aquellos que han optado por volver al baile de manera más pausada o controlada. Claro que cuando vienen mal dadas se pide siempre y al de siempre que salvemos esta o aquella escena, sobre todo la que menos necesita ser salvada y que ha vivido en el carro del desmadre cuando todo el mundo miraba hacia otro lado mientras la gallina de los huevos de oro siguiera dando frutos.
No llevamos ni un mes en el autobús de la nueva normalidad y el empresariado nocturno se ha lanzado por el nuevo sendero prometiendo el oro y el moro en materia de seguridad sanitaria para poder celebrar sus fiestas. La cuestión es que unos han trabajado mucho su vuelta a los campos y otros se han quedado en la pretemporada, con la diferencia de que en esta ocasión, la rotura muscular si la hubiera, afectaría al equipo local y al visitante.
Tuve la ocasión de vivir por experiencia como una fiesta dada al bailoteo si puede ser lo más segura posible si es que existe eso. Basta con poner un poco de atención en los detalles. Me consta por otra parte que muchos de nuestros antros demonizados han trabajado muy bien aquello de minimizar riesgos para su cliente y negocios, porque seamos serios, nadie quiere salir en los papeles protagonizando ningún escándalo aunque muchos lo pongan a huevo a tenor de lo vivido en Madrid, Valencia o Granada en aquellos ansiados fines de semana de reencuentro con las «pistas de baile».
El problema latente del egoísmo es el que nos ocupa ya que parece que a las autoridades no les va a temblar el pulso a la hora de mandarnos a la casilla de salida a los que disfrutamos de esos entornos calificados cómo el peor sitio posible para estar libre de infección, y solo por eso el cuidado de los detalles debería ser especial, cosa que no se ha visto en alguna de las fiestas celebradas estos últimos días.
No pasaría de la anécdota si cualquier retroceso no fuera a afectar al conjunto de la población general, ya no solo a nivel sanitario, cosa que parece un hecho objetivo, sino también a nivel imagen. Y todo por seguir metiéndole aire a la burbuja.
Ya comenté en su momento que la vuelta a la normalidad sería «Rave» o no sería, a lo cual se me puede contestar sin perder la razón, que mucho mejor y más seguro sería tener el redil controlado en un recinto preparado para la ocasión y donde su personal se aseguraría del perfecto cumplimiento de las normas, cosa que en una rave, parece razonable pensar que no ocurriría. Pues no ha ocurrido.
También sería razonable pensar que aquellos artistas que se han lanzado al noble arte de volver a llenar las pistas pudieran usar su influencia y imagen para algo más que llevar gorra y subir videos. Mucho pedir es que esos mismos artistas pensaran que a largo plazo, si hoy trago con una pista abarrotada, mañana las autoridades me manden a mi casa sin cobrar un euro si vienen mal dadas, Dios no lo quiera. Siempre se puede pedir luego dinero para subsistir a esa parte del negocio al que solo se le mira para sacarle los cuartos. Asunto resuelto.
Que de esta crisis íbamos a salir mirándonos más el ombligo ni se cotizaba y algunos están empeñados en demostrarlo hasta la saciedad, y son ya sospechosos habituales. En circunstancias normales no tendrían hueco en este espacio pero en esta ocasión sus guerras son nuestros muertos, y su ansia de calderilla puede suponer la caída en desgracia de todos aquellos que han hecho los deberes y se han puesto exquisitos con el asunto, que es lo que toca en este momento.
La realidad de la cuestión es que va a tocar convivir con esta situación bastante tiempo. Calificaría de optimista la celebración de cualquier evento masivo ya no solo este Invierno si no en todo 2021, por ello, no toca reinventarse ni inventarse trucos de magia, toca hacer las cosas con sentido común. De todos va a depender que las administraciones no cierren el chiringuito y tiren la llave al fondo del mar. De público y artistas, de empresarios y del personal que trabaja en la trinchera, y si queremos seguir bailando se va a tener que demostrar que es posible hacerlo sin salir casi cada día en los especiales de la mañana televisiva, o lo que es peor, en un boletín del departamento de Sanidad de la comunidad autónoma que proceda. Por eso aléjate de todos aquellos que entonen los cantos de sirena de la salvación del sector mientras a la vez alimentan de argumentos a las serpientes. Que luego no nos vengan con el cepillo para que les salvemos.