El mundo festivalero en ocasiones se comporta cómo un vaso comunicante. BBK Live y Madcool, Madcool y BBK Live compiten en una final a muerte por llevarse el gato al agua en el hiper saturado mercado del festival en el que se ha convertido la península ibérica cuando la canícula empieza a asomar la patita. Y como esto es un mundo de sensaciones, cuando uno sube, otro, necesariamente, tiene que bajar. Por eso, Madcool se llevó la lección aprendida de, oh sorpresa, cuando no te da por sobreaforar tus recintos, el personal puede que hasta disfrute de la música y la experiencia. Cosa que el BBK aprendió el Viernes, Rosalía mediante, en una accidentada jornada donde cualquier movimiento suponía una espera y una tortura. Yo me voy a centrar en dar la visión de lo vivido en Kobetamendi.
Para todos los gustos
Si algo define BBK Live y ha quedado patente en la edición 2019 es que los de Last Tour International lo apuestan todo al ecleticismo y la variedad. Jueves, 22 horas y, temiendo no pasar del escenario Txiki, el primero en discordia, ya nos habíamos metido entre pecho y espalda una andanada punk por parte de Slaves o perreado «hasta abajo» en un abarrotado escenario Firestone con Ms Nina. Paralelamente, en Basoa podrías estar recibiendo las ráfagas trance de la canadiense Courtesy o degustar el slowtempo con buenas vistas en Lasai. De la vorágine inicial tengo que quedarme, como no puede ser de otra manera, con Slaves, que son dos jovencitos del condado de Kent. Uno a la guitarra y otro de pie tras una batería. Su actitud punk nos deja con la duda sobre si estos dos chavalillos aparecerían con la cabeza destrozada en el linde de nuestra piscina del hotel Puerta de Bilbao donde, horas antes habíamos dejado las maletas y nos habíamos dirigido prestos hacía el BEC donde, sin colas ni pérdidas de tiempo innecesarias, canjeábamos nuestras pulseras y tomábamos el autobús que te deja a unos escasos, pero duros, 15 minutos de la entrada al festival.
Duelo de divas
Si antes hablábamos de vasos comunicantes, antes los tenemos presentes en Kobetamendi. Resulta que el Miércoles en Valdebebas, Rosalía facturaba ante 25.000 personas un concierto apaleado, con o sin razón, por un alto porcentaje de la prensa especializada y medianamente con criterio que asistió al mismo. Debió de quedarse con la copla la catalana porque de aquellas furibundas palabras que criticaban la falta de improvisación o el milimétrico show de la incipiente estrella de talla mundial poco se supo cuando a las 23 horas de un Viernes, el escenario Nagusía, el grande vamos, retumbaba abarrotado con los primeros compases de «Pienso en tu mirá». Rosalía cuajó un show rico en a capellas, rico en armonías, voz brillante y desparpajo. Quizás realizará un concierto cuasi siamés al de hace dos días en Madrid, si, pero no vi los trazos que los Lenore y compañía le habían dedicado rellenando caracteres y caracteres en los medios digitales.
No obstante, el Sabado comparecía al atardecer, con mucho menos público eso es cierto, en el mismo escenario, la «sandunguera» Nathy Peluso. Ataviada de negro y volantes y escoltada por una banda de jazz, la argentina, que pareció por momentos que se había revisado a conciencia las palabras hacia su homologa, facturó un excelso show, llenando el escenario con la personalidad que le falta a Rosalía. De la intensidad se encargó su banda. El resto ya forma parte de la historia esa, recurrente, en la que la trituradora del mainstream engulle el talento a costa de los likes y de llenar un recinto de pseudoinfluencer de gatillo fácil y filtro dicharachero. Dio la sensación durante la hora y pico de actuación, que Natalia se decantaba por aquello de que las cosas bien hechas, bien parecen. Un 10 para la triunfadora en esta batalla.
Basoa sigue embrujando
Para los amantes de la mandanga, quemar zapatilla y el desenfreno hasta el amanecer (Y desde el atardecer), Bilbao tiene un sitio especial, reservado solo para ganadores y disfrutones. Basoa este año ha rendido a las mil maravillas. Ese bosque de cuento de hadas, ha tenido más hadas si cabe. El sonido es delicia, y la cuidada iluminación, a base de lasers, luminosidad ochentera (Bola de espejos incluida) convierten ese espacio para no más de 2.000 personas en el cielo del universo clubber. Durante 3 días pudimos dejar volar la imaginación a través del discurso musical que trajeron gentes como Laurent Garnier, en su set habitual de primero más techno y girando hacia su radiofórmula habitual. Los clásicos básicos de Bicep, mejores productores que djs o la lección magistral de 3 horas que nos regaló (Y ya van unas cuantas) Dj Dustin, que hizo lo que quiso a base de deep-house sentimental y dub-techno percusivo. El Jueves la cosa había coto vedado del house mas queer de la mano de Octo Octa o Midland, por poner algún ejemplo.
Me sigue compensando
A la hora de hacer balance musical, no quiero dejar de lado los saltos y cánticos que nos regaló Cupido, abriendo Nagusia el Sábado. La frescura de Brockhampton, ascendiendo veloces al olimpo del hip hop, o los ratos de descanso en el increíble mirador que conforma el escenario Lasai sobre el gran Bilbao. A nivel organizativo, volvemos a asistir a una gran edición, empañada por la masificación provocada por el tornado Rosalía. Su sola presencia provocó que ninguna barra estuviera exenta de sus minutazos de espera, llegando el caos a su momento álgido en el momento de intentar descender a cualquier hora de ese monte. Quejas y desconcierto en lo que fue una mera anécdota a nivel organizativo en lo que fue la tónica general del festival: Sin agobios y sin colas.
¿Volveremos? Sólo el tiempo responderá a esa pregunta.