Tendría yo 10, 12 años. Los recuerdos me llevan a la calle Principe de Vergara de Madrid, saliendo de la boca de metro de Cruz del Rayo; linea 9, la morada. ¿El destino? El auditorio nacional, ¿El motivo? asistir a alguno de los muchos conciertos de música clásica y sinfónica a los cuales mi padre me solía llevar. Claro que yo en esa época era un intermitente estudiante de violín más pendiente de los ritmos paganos de la música celta que de las sonatas y sinfonías de los grandes compositores.
Recuerdo aquellas veladas como algo sumamente serio. Gente mayor, adultos, protocolos, elegancia. Si algo ha llevado a gala nuestro protagonista de hoy es el acercamiento de un género curiosamente hostil hacia las nuevas y, mucho más populares generaciones, y se notaba en los aledaños del teatro Circo Price donde en horario vespertino (Las 5 de la tarde es una hora de las buenas para asistir a un recital) se mezclaban señores mayores, jóvenes que cambiaban la sobremesa en la Latina por unas notas de piano, parejas con aire pijo que seguramente no sepan diferenciar un violín de una viola y unos cuantos ávidos de incrementar sus corazones en Instagram a base de joder la atmósfera por no saber desactivar el flash de sus teléfonos móviles. Cosas de nativos digitales o Millenials. Total, que James aprovechó que su libro está de moda porque cuenta ese tipo de historias que en España consumimos con lujuria cada mañana en boca de Susana Griso y volvió a vender todo el papel como ya hiciera en los Veranos de la Villa no hace mucho. Bien por la música.
Cosas de Internet, de tener el libro fresco o de la globalización de la información pero el show de James Rhodes no dejó margen a la sorpresa en cuanto a la estructura de su concierto. Siguió su habitual fórmula con una breve introducción a cada tema. Durante casi hora y medía fue desgranando temas de Chopin, Schubert o Rachmaninov; En la elección de su repertorio y su forma de interpretarlo se detectan esas historias de infancia y adolescencia que es en parte donde reside la mística de este artista. Y es que, al fin y al cabo, los grandes artistas son eso, grandes, gracias a ese componente místico que logra alimentar los sentimientos empáticos del personal, consiguiendo la comunión publico-interprete que transforma un «Ha sido uno más» en algo especial. Algo así pasó ayer en aquel patio de butacas, consecuencia de ello un apurado bis sin introducción para partir hacia Colombia en lo que será la continuación de su gira mundial. Bien por la música.
Bien por James, ¡Joder! por adaptar los interminables conciertos que viví con 10 años en algo digerible para el gran público que, en el año 2017, no aguantarían más de 2-3 horas sin perderse en alguna conversación banal en su red social favorita ya que, por mucho que se quiera acercar al público de a pie un género vinculado a las elites más clasistas, no es menos cierto que hay que ir con cierta preparación aural para meterse en un jardín de este calibre. Bien por la música y bien por James, por dejarnos con algo de miel en los labios y esa sensación de que se nos ha hecho un poco corto. ¡Bien!
Foto obtenida del Instagram de James Rhodes @jrhodespianist